domingo, 13 de septiembre de 2020

Paidemia

 Por Francisco Andres Flores

Breves reflexiones sobre la educación en pandemia



No me siento el más apto para hablar de la educación, de su estado, o de lo que debería ser. Pero, si es cierto que de los errores se aprende, yo, que me he equivocado mucho, tengo entonces algo para decir. En breves líneas, acá va lo que pienso.


1- Asistimos a un cambio de paradigma: las medidas de restricción y distanciamiento social, al menos en los ámbitos colectivos (como la escuela), llegaron para quedarse. Conceptos como “aula”, “patio”, “acto”, “mesa de examen” etc. van a tener que ser reformulados o superados.


2- El aula ya no existe. Solo perdura en la obsesión administrativa de los que se empecinan en mantener el libro de aula. Pero no hay aula. Y no hablemos de aulas virtuales o sucedáneos, el aula es más que un espacio (real o virtual) compartido: es un entramado de relaciones, una configuración espacial y temporal de poderes, intereses y sueños, es los pibes de otros cursos corriendo por el pasillo, el timbre lejano… eso ya no existe. Y no sabemos si volverá a ser lo que era. Cualquier similitud en el mundo virtual es solo una caricatura por pantalla y en diferido.


3- La tecnología no resuelve el problema: lo agrava. Es una herramienta muy útil, pero para ser realmente útil requiere de múltiples condiciones a las cuales no todos acceden. Sin ese acceso, estamos fuera. Hablar de igualdad de oportunidades en ese contexto es menos que una utopía. Y corremos el riesgo de cometer, una vez más, el típico error educativo: enamorarnos de un instrumento, al punto de ponerlo como medida del proceso y por encima de las personas.


4- A esa especie de “épica educativa” inicial de la cuarentena, le ha sucedido, rápidamente, la bofetada de constatar que los problemas del sistema, lejos de disimularse en este contexto, se agigantan: la despersonalización favorece disposiciones autoritarias, la burocracia se digitaliza y abarca nuevos espacios, la presión sobre el docente ya no tiene límites de día ni horario, la obsesión por registrarlo todo revienta nubes y dispositivos (se registra incluso por triplicado: classroom, libro de aula, planificaciones por partes y por todo), la calificación se vuelve rúbrica…


5- Nuestro sistema educativo, reflejo y ensayo del macrosistema capitalista, prepara convenientemente a los jóvenes desde pequeños en la meritocracia mecanicista de la sociedad a fuerza de exámenes y sanciones. Es un camino pavimentado de premios y castigos, donde se aprende que el éxito es la consecuencia de la pasividad, la obsecuencia y la repetición. La evaluación es el núcleo de ese sistema, la medida del aprendizaje, y hasta tal punto es importante que parece que sin evaluación no hay proceso educativo. Recuerden nomás la primer gran incertidumbre que asaltaba los chats educativos al inicio de la cuarentena: “¿cómo vamos a evaluar?”. La pandemia desmoronó ese castillo de naipes.


6- Sé muy bien la pregunta que se viene después de la afirmación precedente. No voy a perder tiempo en siquiera considerarla: el astrónomo señala la luna y el tonto se queda mirando el dedo. Nunca llegaremos al fondo de la cuestión si nos quedamos mirando el dedo (esto es: si hay que tomar o no examen). Las evaluaciones pueden estar o no, pero NO son el motor de la educación: desde Sócrates para acá está lleno de ejemplos de educación de calidad sin premios ni castigos; e incluso nuestros propios alumnos devoran horas de tutoriales en youtube sobre iluminatis, juegos o cómo cocinar tortas fritas (a veces tutoriales de conocimientos verdaderamente complejos), sin necesidad del apremio de un examen. Y que nadie diga que eso no es educación sistemática, justo ahora que todos nos hemos transformado en youtubers improvisados.


7- Hace rato que la educación es como una caja de Skinner, y nosotros los hamsters obsesionados con accionar la palanca. La evaluación es la palanca. Y todos buscamos la gratificación subsecuente: los alumnos aprobar, los docentes respeto y dedicación a su materia. Hemos llegado a creer que la educación consiste principalmente en la acción de esa palanca, que todo el proceso se resume a su resultado, más aún: la relación de directivos, docentes, preceptores y alumnos está mediatizada por la palanca y sus resultados. Hemos dejado de lado el proceso educativo en favor de un instrumento, y hemos dejado de lado a las personas para mirar solo sus resultados con ese instrumento. Y esto no es un problema solo de docentes: muchos alumnos han aprendido bien el libreto y se relacionan de manera utilitaria con las instituciones educativas y sus miembros. El nombre técnico de la palanca es “manipulandum”: muy apropiado.


8- Pero vino la pandemia y la palanca dejó de funcionar: su mecanismo habitual se volvió imposible, sus presupuestos y formas de cuantificación obsoletos. Así que surgió, desde el fondo de la historia, desempolvando antiguos sacramentales y códices, de la mano de viejos ritualismos litúrgicos y obsesiones legalistas, una nueva palabra: rúbrica. Creo que no hay palabra más apropiada para mencionar un nuevo ritualismo estéril.


9- La palabra “rúbrica” es un tecnicismo. Su falta de cuantificación numérica le da una apariencia inofensiva, pero su cuantificación sutil es más opresiva: el número al menos es frío y objetivo; la rúbrica en cambio depende de quien la impone, obedece a sus categorías y valores (aunque a veces lleve la amable máscara del consenso), es subjetiva, y llega para pesar y medir lo que los números no pueden, avanzando sobre aspectos del alumno que tal vez exceden lo que nos corresponde juzgar. No podíamos esperar menos de un sistema educativo que hace rato está dirigido por tecnócratas y burócratas.


10- Es cierto que cualquier instrumento o mecanismo, llevado adelante por las personas apropiadas con humanidad y dedicación, puede ser algo excelente. Pero una vez más nos quedamos discutiendo el dedo del astrónomo, sin ver la luna: no se apaga un incendio con nafta, no se supera la instrumentalización con más y más instrumentos, no se humaniza con tecnicismos, no se educa más con más burocracia.


11- Es difícil pretender que funcione, en un contexto despersonalizado, lo que ya no funcionaba personalmente. Es iluso pensar que las relaciones que no funcionaban cara a cara funcionen por mail, que tengan empatía y humanidad en un contexto despersonalizado las autoridades e instituciones que no las tenían en persona, que los equipos que se reunían con suerte una vez por año ahora se reúnan cada 15 días por zoom… en fin: que lo que no se dió en procesos y relaciones humanas normales, se de ahora mediatizado por dispositivos y aparatos.


12- No quiero sonar pesimista: sé que ha sido un logro la adaptación a las nuevas tecnologías, y sé también que muchas personas en el ámbito educativo han dejado la piel para que esto funcione. Sé que muchos hemos ganado en miopía y estrabismo a costa de leer trabajos y bucear por material y recursos en redes para que la cosa camine. Pero no nos engañemos: nos adaptamos a aparatos, las personas están cada vez más lejos. Y si no vemos eso, si no vemos las limitaciones y profundas falencias que YA tenía nuestro sistema, corremos el riesgo de aislarnos en una burbuja. No la burbuja de Google (que nos muestra lo que su algoritmo cree que queremos ver), no la burbuja sanitaria, sino la “burbuja educativa”, donde educamos a un “alumno entelequia” que responde puntual en el classroom, pero los desconectados y los sin acceso quedan fuera. Y así la educación, en vez de superar las desigualdades, las reproduce y agiganta.


La pandemia sin dudas nos ha puesto desafíos; pero la “Paidemia”, la enfermedad de la educación, viene de hace rato. Y nunca la resolveremos si nos quedamos en la coyuntura.

A los que llegaron hasta acá, gracias. Si hay algo de cierto en este texto, no es más virtud que la de este viejo dándose de cabeza contra las paredes. Y si estuviera equivocado… bueno, otra oportunidad para seguir aprendiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario