sábado, 8 de septiembre de 2018

Kinócratos, el presidente cínico.

Por Francisco Andres Flores


El 17 de Enero de 2016 comenzó una nueva era.  Esa jornada es un antes y un después en la vida de nuestro país.  Deténganse argentinos a contemplar lo que el destino nos ha preparado desde tiempos inmemoriales: una fecha sublime, fundamental, que merece ser recordada por los siglos venideros tanto como el retorno de la democracia en el 83, la ley Sáenz Peña, la Constitución o la Revolución de Mayo.  Ese día comenzó, con un gesto magnífico y emblemático, la “Kinocracia”. Y no es que antes no hayamos tenido en Argentina a grandes representantes del más insensible cinismo; pero cuando Balcarce se sentó en el sillón de Rivadavia (no nos referimos al difunto prócer, sino al humilde can aurinegro), una nueva era de clarividencia y honestidad intelectual amane
ció sobre nuestras pampas.  ¡Celebremos ese día! ¡Pongamos un nuevo feriado! Muchos, durante décadas, lo sospechamos o lo vislumbramos en las actitudes de presidentes anteriores; ahora lo sabemos: nos gobierna una jauría; y la magnífica foto del místico can presidencial oficializa este nuevo amanecer patrio. Pero si bien es cierto que muchos han precedido a Kinócratos con notables actitudes “kinocráticas”, ¡no le eclipsemos su mérito!  La heroica y magnánima “coronación de Balcarce” (que eclipsa a la famosísima de Napoleón) no proviene del azar o la improvisación: hay una planificación y un esfuerzo previos que merecen ser destacados; y, sobre todo, una coherencia de años, que lo hacen merecedor del cetro ¨cínico” por excelencia. Empezando por el recurso de amparo para tomar el poder antes de tiempo y no en la forma que lo habían hecho los presidentes anteriores; y, siguiendo por la cumbia en el balcón de la Rosada y los compromisos asumidos y nunca cumplidos, tenemos ya el rasgo de un verdadero iluminado de la kinocracia, un elegido, un verdadero dios del más refinado cinismo.  ¿Qué decir de los calculados discursos de campaña, el famoso acting televisivo de “en qué te han convertido” y el beso conyugal planificado para las cámaras?  Son páginas brillantes de nuestra naciente kinocracia, que serán recordadas y conmemoradas por siglos.  
Claro que el mediocre populacho, ocupado en satisfacer sus bajas aspiraciones cotidianas, no puede comprender tan elevado y refinado espíritu, y se entrega fácilmente a la crítica.  El nuevo espíritu kinocrático, sin embargo, se sobrepone a estas bajas artimañas y despliega sus más hábiles estrategias con la belleza de una nueva y brillante forma de arte y educación: el meme.  Éste magnífica argucia de los medios impone una sentencia irrevocable, niega el diálogo estéril y destroza, victorioso, toda posibilidad de réplica.  Los títulos informativos son su forma seria, pero idéntica. La ironía kinocrática, multiplicada y amplificada en los medios, vence a las tinieblas populistas y construye una nueva forma de realidad, la realidad cínica, donde nada es lo que parece y todo debe ser explicado por los kinócratas.  Afortunadamente la kinocracia nos da una magnífica certeza: Kinócratos y sus amigos son honestos, aman el diálogo, escuchan a todos, aborrecen la grieta y, si se equivocan, se entristecen mucho y piden disculpas. Ellos son nuestra garantía de cordura política e institucional; y un verdadero ciudadano kinocrático los ratifica en las urnas aunque la entera realidad se empecine en decirle que no le conviene, porque el verdadero ciudadano de la kinocracia ha aprendido a desconfiar de la engañosa realidad, y pone toda su confianza en las personas verdaderamente calificadas para interpretarla, los verdaderos augures de lo real, que son los periodistas y los medios de comunicación.  ¿Cómo podríamos confiar en nuestros sentidos obsoletos, en nuestra limitada experiencia cotidiana, en un bolsillo acostumbrado a tener más plata de la que le correspondía? ¿Acaso queremos regresar a los oscuros personajes que dilapidaban la plata “de todos” en subsidios, en planes sociales, en la obsoleta educación pública y en ineficaces empresas estatales? Afortunadamente el hado multilateral nos ha bendecido, y los oráculos de Kinócratos nos lo explican todo: las antiguas promesas democráticas fueron una mentira, una ilusión; lo real es la sentencia irrevocable del mercado, y cuanto más nos ajustemos a ella, mejor nos irá. ¡Cuán mal nos fue cuando estábamos lejos del caluroso y paternal abrazo del mercado global!  Ahora hemos vuelto a su regazo: una mínima devaluación en Turquía o una leve suba de la tasa de interés en Tailandia hacen vibrar a nuestro empático mercado de valores; y, con él, a todos nosotros, pobres pero felices de estar nuevamente inmersos en el mundo.
Kinócratos nos introduce en la forma cínica de los nuevos tiempos; y muchos argentinos, fieles ciudadanos de la kinocracia, se encaminan paulatinamente a convertirse en aquellos cínicos que describiera Alcifrón.  El nuevo cinismo reclama más que nunca la austeridad de costumbres, sobre todo para los ciudadanos comunes y para reducir el gasto social del Estado; para los kinócratas, sin embargo, tal austeridad sería hipocresía: ellos están destinados a marcar el rumbo irónico y cínico de la política, y por eso un verdadero kinócrata ostenta su elevado nivel adquisitivo sin ninguna vergüenza ni austeridad.  Si los ciudadanos comunes reclamaran algo desmesurado, como, por ejemplo (por decir algo al azar) “comer flan”, los kinócratas y todos sus voceros mediáticos se burlarían de ellos despiadadamente: ¡no hay mejor manera de educar a alguien, que mostrarle paternalmente la estupidez de sus pretensiones! Eso no impediría, sin embargo, que los kinócratas coman flan y lo publiciten en las redes, o que lo celebren a gritos en las plazas, en el Congreso y en mitines políticos: ¡oh sublime kinocracia!
“Veo tu vanidad a través del orificio de tus harapos” le dijo Sócrates a Antístenes; y Antístenes tomó nota de la brillante frase: el nuevo espíritu cínico, entonces, no viste harapos, sino a la moda.   Los harapos y la austeridad quedan para la masa gobernada por la kinocracia, sometida a una férrea austeridad obligatoria por la inflación y las devaluaciones. Aún queda, sin embargo, una esperanza: la vida rutilante y opulenta de los kinócratas que, desde la farándula y los medios, nos muestran el olimpo de la meritocracia.  
¡El futuro llegó, argentinos! Los kinócratas nos gobiernan.  Pero lo hacen como corresponde al espíritu cínico que los domina: no con hechos, sino con apariencias.  Ellos, que criticaron ampliamente en épocas anteriores el “relato” gubernamental como forma de manipulación y distorsión de lo real, han ido un paso más allá: han reemplazado lo real por una catarata de imágenes y gestos publicitarios, marketineros, y ejercen su poder desde ese ámbito.  Con la potencia de los medios de comunicación de su lado, imponen una visión cínica de lo real, donde la apariencia contradice la incómoda realidad y la sustituye. Gobiernan como el Gran Hermano del programa televisivo: son copados, comprensivos y delicados, incluso cuando hay que descartar participantes, lo cual hay que agradecerles obviamente porque lo hacen por el bien del descartado!  ¿Acaso no es mejor la resignación pacífica a la frustración de estar en un lugar al cual no se pertenece, o para el cual no se califica? La clase media, de a poco, lo va aprendiendo, y agradecida le responde a los kinócratas con elogios y votos.
Kinócratos no está solo: posee una corte de kinócratas menores pero no menos cínicos, que marcan, con sus discursos y actitudes, el camino de esta nueva era.  Y posee también tres magníficos paladines que lo custodian: un gran cínico consejero, que es una especie de moderno Rasputín (con menos talento pero idéntico destino, si entienden a qué me refiero); una especie de Gorgona, guardiana del sagrado cinismo, algo así como una “profeta cínica” (claro que en su historial tiene más errores que aciertos, pero ¡vamos! si acertara, no sería “profeta cínica”); y un hambriento Cancerbero mediático, oráculo del cinismo hegemónico, que mantiene a raya con sus ladridos acusatorios a cualquier opositor que ose levantar la cabeza.  Juntos apuntalan el rumbo de la naciente kinocracia; y los medios de comunicación, revestidos del triunfante espíritu cínico, iluminan la oscura realidad con su visión esclarecedora y nos enseñan cómo deben ser las cosas: ya es hora que esos vagos pedigüeños de los semáforos vayan a laburar, que los empleados estatales dejen de ser ñoquis (o que dejen de ser empleados, que es lo mismo), que los chorros sean eliminados dignamente por la espalda con o sin causa, que los que protestan sepan que pueden terminar nadando en un río patagónico en pleno invierno o convenientemente apaleados en el centro, que los trabajadores dejen de pretender sueldos inapropiados, que los jubilados comprendan que son un lastre social y se conformen con lo que les toca (si es que les toca, y ya es bastante con que sigan vivos)…  en fin.
Kinócratos, sin embargo, no es completamente feliz: le entristecen las personas que aún dudan de la kinocracia, que no comprenden la matriz ficcional de la realidad, su esencia de pantomima, y que pretenden que exista algo similar a la verdad o los principios.  Particularmente le molesta cuando proviene de personas que pudieran hacerle sombra, en especial un par de líderes políticos o religiosos. ¡Cómo se enoja! Y no es una actuación: realmente se enoja; pero como cabal cínico que es, no lo demostrará, aunque desplegará toda la potencia de sus paladines y voceros para atacarlos.  Posee en este campo un ejército dócil: algunos jueces que, como Diógenes, van por la ciudad con una vela en la mano buscando hombres honestos, ¡y no encuentran ninguno! Salvo que sea un cínico. Al igual que para Diógenes, para los kinócratas todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario, excepto ellos mismos. Ellos seguirán (como Diógenes!) autocomplacientes y onanistas en el ágora: un cuadro digno de perpetuar en una pintura para la posteridad, la bellísima imagen de la apoteosis de la kinocracia.

Despabílense entonces argentinos: observen este nuevo alba de los tiempos, saluden el brillante amanecer geopolítico de la kinocracia.  Pero no se sientan ajenos a este magnífico triunfo: ¡muchos de Uds.. votaron a Kinócratos! ¡muchos lo defendieron a capa y espada en las redes, y repitieron sus magníficas e ilustradas sentencias cínicas! ¡no callen ahora ruborizados ni se hagan a un lado, que es el momento de la victoria! ¡No eludan la responsabilidad de esta hora sagrada, que los siglos nos observan!  Y si algo sale mal, ¿qué importa? ¿acaso no es un cabal rasgo cínico pretender que se tiene siempre la razón, aún contra las evidencias? Sin embargo, les pediré una última cosa: observen bien la foto del encabezado; todo lo que viene sucediendo en este tiempo guarda una íntima relación con ella, su poder simbólico condensa un abanico de significados que exceden lo mediático y lo político.  Si algo llega a salir mal (¡Dios y el hado multilateral no lo permitan!), recuérdenla; y piensen, mirándola, si van a rebelarse o a aceptarla y seguir siendo cómplices, por acción u omisión, de este triste “fantoche de nueva doctrina”, de esta ridicula pantomima de la democracia, culpable del sufrimiento actual y futuro de miles de argentinos: la insensible, egoísta y opresiva “kinocracia”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario