martes, 5 de diciembre de 2017

SUSANITA CHETA

Nora Pflüger    

 Odia a los negros, a los judíos y a los pobres. Dice que los que viven en villas de emergencia están ahí porque “les gusta” y porque son unos vagos que no quieren trabajar. Casada muy joven (desde chiquita estaba desesperada por casarse, y casi se muere cuando el Príncipe Carlos se casó con Lady Di), no ha sido muy feliz en su matrimonio, pero conserva con uñas y dientes a su insatisfactorio esposo porque por lo menos, delante de sus amigas viudas, separadas o solteras, ella puede lucir dinero, auto y marido. Bastan estas pinceladas para darse cuenta de la mentalidad  que tiene. Bueno… si los que la rodean tienen suficiente mentalidad como para darse cuenta.
 El marido (medio canoso, anteojos de Quevedo, barba de chivo y piernas vacilantes) se pasa todo el día leyendo, sin la menor idea de lo que sucede a su alrededor. A los bramidos de su esposa, responde con un “Mu”, o en el mejor de los casos, con un más asertivo “Sí, querida”. Creo que es psiquiatra. Que lo disfrute. Ella, entretanto, se ocupa de su hijo, el “Nene”, a quien adora porque el citado Nene (uno noventa de alto y dos metros de pelo en cada una de las extremidades) juega al “rugby”.
  Todo esto se aguantaría si no fuese porque esta señora vive metida en la iglesia, ocupa en ella todos los espacios de poder posibles y está unida como anillo al dedo al cura párroco. Le lava y le plancha las casullas, adorna los altares y le lleva todos los chismes. Lo ha hecho pelearse con la juventud, con la liga de madres, etc. Uno pensaría que él la soporta sólo por conveniencia, por aquello de las casullas. Sin embargo, en una reciente asamblea diocesana, el presbítero la ha presentado como “alma de la Parroquia” y “joya de la cristiandad”.
 ¡Cómo?
Sí: lo que leyeron. Son los momentos en que uno se explica por qué las instituciones católicas hacen agua...
 Se me dirá que yo tengo algún problema de clase social y por eso me choca esta mujer. Me podrán bajar línea (no recuerdo confesor que no lo haya hecho) de que no debo criticar a mi “prójima” y que debo actuar con más modestia y humildad. Me podrán tildar de intelectual pedante (así me ve la mayoría de los curas cuando me tomo la libertad de opinar) y exigir que, mientras Susanita Cheta  sigue haciendo lo que le da la gana, yo me calle la boca y camine por la vida con la cabeza gacha y las manos metidas en los puños del sayal, como una carmelita descalza. Pero yo tengo derecho a preguntarme si el pueblo de Dios no dispondrá en sus filas de mejores líderes que esa impresentable.
  Y vean, lo mío tampoco es bronca contra las Susanitas, las verdaderas, digo. Porque la Susanita original, la de Mafalda, por muy pretenciosa que fuese, era en el fondo una modesta chica de barrio, sin mayores horizontes, que allá en los años sesenta no tenía más posibilidades de promoción social que el matrimonio. Eso la vuelve auténtica e incluso querible, a pesar de sus defectos. En mi infancia tuve un montón de tías y vecinas muy Susanitas y al mismo tiempo, muy buenas y cariñosas.  Aplaudo a Quino por haberles hecho un lugar en su historieta a estas mujeres, fruto de otra época, que van despareciendo. Pero a la Cheta, no sé de dónde la sacaron. Porque ésa no salió de la imaginación de Quino, ni de nadie. Es una lamentable realidad, y lo peor, una realidad eclesial, inexplicable en pleno siglo veintiuno.
 Lo que me preocupa no es que existan señoras con ese perfil. Lo que me preocupa es la Iglesia.


   

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