sábado, 30 de diciembre de 2017

El año nuevo de Ana

Cecilia López Puertas

Una historia sobre nuestra absoluta falta de justica.

Estás buscando direcciones
en libros para cocinar.
Estás mezclando
el dulce con la sal.

(Superhéroes, Charly García - Yendo de la cama al living, 1982)



Feliz Año Nuevo.

Un pibe de 23 años ayuda a su hermano tres años menor que él a escaparse de la cárcel. Ahora están juntos. Presos. Seguirán juntos hasta el año que viene y pasaran ahí las festividades de Año Nuevo, no van a poder ver a su familia, es decir a su madre: Ana, como la mamá de la Vírgen María. Ana tiene 39 y hace tres años recibió el cuerpo de su marido. Se lo entregaron después de hacerle las autopsias del caso porque estaba preso. Estaba preso justo cuando se murió. Tenía 40 años. Entre 2006 y 2017 Ana hizo 18 denuncias. Las primeras la tuvieron de
víctima, fueron por amenazas y violación, pero también denunció por los demás, apremios ilegales y vejaciones contra su marido. 16 de las 18 denuncias fueron archivadas, las dos que siguen son por robo. Le quisieron robar unas zapatillas y eso no se hace.

Ana sigue denunciando porque confía en las instituciones. Le dijeron que el Estado está para defenderla y proteger sus derechos. Garantizarlos. Ella es una laburante, nunca tocó nada ajeno y por eso confía. Porque está del lado de los buenos.

***

No hay manera de explicar la inconexión. La incapacidad absoluta que tenemos para atar dos cabos. Al menos yo no la encuentro. Tenemos un montón de información desorganizada, ridículamente categorizada con parámetros que no sirven a sus fines. Que sirven a los nuestros. Es decir, permanecer en nuestro lugar de poder, de digitadores compulsivos de la realidad sesgada que decidimos mirar.

Del otro lado, un montón de personas van arañando las paredes para sacar un pedazo de tiempo. Los miramos con zozobra porque se equivocaron. Nacieron en un lugar que no debían, sus padres se equivocaron al engendrarlos. Se equivocaron porque no los vacunaron, no les dieron leche materna, no les enseñaron los colores. Se equivocaron porque les hicieron escuchar cumbia y los vistieron con demasiados mal combinados colores. No tienen buen gusto musical, estético, político, alimenticio.

Los conocemos bien, tenemos millones de datos. Números de DNI, de causas, de incidentes, de legajos, de teléfonos. Tenemos nombres y apellidos y direcciones, todo metido en un sistema informático inconexo que clasifica con criterios obsoletos la vida ajena. Eso tenemos. No tenemos nada.

Si lo que siempre dijimos que era la humanidad se parece a nosotros. No tenemos nada, no logramos nada. La humanidad no tiene nada. Estamos en cero, en menos diez. Hay que patear el tablero, juntar las cartas del suelo y volver a dar. O seguir durmiendo sueños de clonazepam mientras nos mentimos un mundo mejor posible al alcance de la mano de alguien. Alguien que no se llama Ana.


Ana no duerme, espera el día
Sola en su cuerto, Ana quiere jugar;
sobre la alfombra toca su sombra,
cuenta las luces, mira la gran ciudad.
Ana no duerme
juega con hadas
tal vez mañana despierte sobre el mar el mar,
sobre el mar, el mar…


(Ana no duerme - Almendra I, 1969)

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