lunes, 19 de septiembre de 2016

¿Podemos volver a vivir en la cultura del presente?


Lore Echagüe

Siendo adolescente, comencé a valorar cuán esencial era alimentar mi vida espiritual. Me daba cuenta que tener la disciplina y la rutina de rezar no sólo afianzaba mi relación con Dios, sino que me ayudaba a sentirme serena y tranquila para tomar las decisiones que necesitaba. Mejor aún: sentía que las cosas que hacía, siempre que las ponía en oración, daban mejores frutos. Probablemente, porque ponía toda mi intención, mi energía y mi espíritu en esa acción (un examen, resolver un tema personal, un inconveniente en la vía pública, dar un consejo a un amigo). Como si la oración “limpiara” el desorden de “mi casa” y yo viera más claras las cosas.

Pero a medida que iba creciendo en edad y en responsabilidades (la facultad, el trabajo, mayor cantidad de círculos sociales, involucrad
a en mayor cantidad de actividades), empecé a notar que cada vez me costaba más concentrarme, que ya no “disfrutaba” de mi espacio de oración como antes, que todo el tiempo aparecían pensamientos y preocupaciones que no me dejaban conectarme. Sí, yo estaba intentando rezar, pero mi corazón y mi mente estaban realmente en otro lado, y no ahí.

En busca de las relaciones perdidas

Después, con la llegada masiva de internet, ya el “poco” tiempo disponible con que contaba para alimentar la espiritualidad, se me diluía inútilmente en horas navegando por la red (un mundo infinito de información y nuevos “amigos” por Facebook…). Como plantea el Papa Francisco, en “Laudato Si”, al mismo tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones rea­les con los demás, con todos los desafíos que im­plican, por un tipo de comunicación mediada por internet. Esto permite seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele gene­rarse un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y pantallas que con las personas y la naturaleza. Curiosamente, el hecho de saltar de una página web a otra generaba en mi cabeza como un desorden, y nunca terminaba de leer algo que ya me aburría y pensaba que me estaba perdiendo algo más interesante en otra página.

Ni hablemos de la llegada del celular. Con el celular, todos esperamos que todos estén 100% disponibles las 24 hs del día, los 365 días del año. ¡Y uay si la persona a la que llamo no atiende la llamada a tiempo, o si no contesta el mensaje de WhatsApp en el momento! Se nos dispara la histeria de pensar que a la persona le ocurrió una catástrofe… o reclamamos pensando: ¿para qué tiene celular si no lo usa?

Para los que tenemos trabajos altamente demandantes y competitivos, la situación terminó de profundizar la crisis… En mi trabajo, yo tengo que estar disponible por Skype (se me abren 7 conversaciones en simultáneo con personas y problemáticas distintas demandando soluciones), recibo 180 e-mails diarios (ya no logro distinguir qué es lo importante de lo que no lo es), el celular, el WhatsApp, 25 reuniones por día, y llego al final del día y pienso: ¿qué hice de productivo? ¿Logré resolver algo? ¿O solo recibí demandas de atención que saltaban de un tema a otro? ¿Por qué no puedo profundizar? ¿En qué momento logro focalizar mi tiempo para resolver, al menos, un tema? Sobreviene una gran frustración producto del sentido de responsabilidad. Y ahí es cuando me doy cuenta que ni aun trabajando 18 horas por día llegaría a resolver todo y dejar satisfechos a todos.
Lo mismo pasa con nuestras relaciones personales. ¿Qué vale más? ¿Sentarme en el sillón y disparar 18 mensajes de WhatsApp a 18 personas distintas con el mismo mensaje: “Hola, ¿cómo estás?”, como de compromiso? o ¿dedicar mi tiempo para visitar o llamar a uno y preguntar realmente: “Hola, amigo, ¿cómo estás?”


¿Por qué puede estar pasando esto?

Creo que hay 2 grandes factores que profundizaron este fenómeno:


        1. CULTURA DEL MAÑANA


Las preocupaciones por el futuro nos impiden, con frecuencia, disfrutar del presente. El peligro viene cuando se planifica más de lo que se vive, y la fantasía se sobrepone a la realidad.
Nos resulta muy difícil a nosotros, educados en una cultura del mañana, recobrar el sentido del presente. Toda nuestra vida es: ¿a dónde vas?, ¿qué estás planeando?, ¿qué es lo que esperas? ¿Qué querés conseguir?
Probablemente, nunca ha habido una generación tan llena de planes y propósitos como la nuestra, un pueblo que viviera tan enteramente para el futuro con un grado tan alto de ansiedad por el mañana. Por eso mismo, no ha habido nunca una generación tan vacía de sentido como la nuestra. La ansiedad es el “vacío entre el ahora y el entonces”, es decir, la distancia entre el presente y el futuro

       2. TECNOLOGÍA y RAPIDACIÓN

La velocidad con que los aparatos electrónicos se fueron desarrollando año tras año generó en nosotros una expectativa de que todo debía funcionar veloz y fugazmente: el engaño del siglo.

Todos queremos tener el aparato electrónico que más rápido funcione. De repente, vemos gente desesperada en la calle, levantando el celular haciendo una “parábola humana” porque justo en esa esquina no hay buena señal… O gente que se golpea entre sí porque tienen la mirada y las manos puestas en el teléfono. Cuántas cosas nos perdemos por “no estar donde estamos”.

La rapidez de la tecnología nos llevó a pretender que todo deba ser INMEDIATO. No sólo nos agarra una enorme ansiedad si la página web tarda 5 segundos más de lo habitual en abrir, sino que –lo que es más lamentable aún— es que nuestras relaciones personales y nuestra forma de vincularnos entre nosotros también se “tecnologizó”. Pareciera que la misma impaciencia que nos genera una red de wi-fi lenta, nos la genera una conversación con una persona mayor, con sus tiempos, con sus formas, pero que mucho tiene para decirnos y nos lo estamos perdiendo.

A esto se agregan las dinámicas de los me­dios del mundo digital que, cuando se convierten en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los gran­des sabios del pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio del rui­do dispersivo de la información. Esto nos exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las perso­nas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, en una especie de contaminación mental.

El Papa Francisco, en el capítulo I de “Laudato Si”, menciona a la RAPIDACIÓN como un proceso de continua aceleración e intensificación de los ritmos de vida y de trabajo. El cambio es algo deseable pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.

¿Cuáles son los síntomas? 

Para ilustrar mejor, estas son algunas de las frases más frecuentes que se escuchan:
“¡Qué rápido pasa el tiempo! Ya estamos casi a fin de año”
“No tengo tiempo para nada”…
“Perdona que no te llamé, mami… es que ando a las corridas”
“¡La misa cada vez parece más extensa!”
 “Por favor, te pido esto que es ¡URGENTE!”
 “¿Me escuchaste?” “No, repetime que estaba pensando en otra cosa” 

Estas frases están mostrando síntomas de:

  •   Ansiedad y aceleración
  •   Stress mental
  •   Exceso de estímulos e información
  •   Pérdida de atención
  •   Pérdida de paciencia
  •   Mal sueño
  •   Mal carácter
  •   Pobreza espiritual
  •   Relaciones humanas más superficiales
  •   Frustración porque “abarcamos mucho pero apretamos poco” (poca profundidad)
  •  Nos sentimos en deuda con todo el mundo (no somos buenos esposos, ni buenos hijos ni amigos)

Propuesta:

INSTALAR LA CULTURA DEL PRESENTE:



  •  Hacer el propio camino es vivir de lleno.
  • Es bueno examinar el pasado, evaluarlo, apreciar debidamente lo bueno recibido y, también, descartar valientemente lo que ya no encaja en lo que de veras somos y queremos ser.  Tal como hacemos cuando el celular nos dice que la memoria ya es insuficiente o cuando el antivirus nos indica que hay algo que no funciona y debemos hacer una buena limpieza.
  •  También hay que visualizar el futuro, para aprovecharse de sus retos y liberarse de sus excesivas y abrumadoras expectativas.
  •   Y sobre todo, hay que aprender a vivir el presente con alegre entrega, con los sentimientos abiertos y los sentidos de alerta, para gozar de la vida en cada momento, en consagración entera de gratitud y servicio.
  •   Aprendiendo a vivir instantes, descubriremos algún día que hemos realizado, casi sin sentirlo, la tarea ingente de vivir una vida.
  •   Preguntando acerca de lo que debían hacer sus monjes para alcanzar la perfección, Buda contestó: “El monje, al andar, se entrega totalmente al andar. Al estar de pie, se entrega a estar de pie. Al estar sentado, se entrega a estar sentado. Al mirar, se dedica a mirar. Y lo mismo, al comer, beber o lo que fuere, se dedica y entrega con perfecta comprensión a lo que hace”.

  • §  
    DESACELERARNOS… Y LA TECNOLOGÍA COMO HERRAMIENTA, NO COMO UNA EXTENSIÓN DE NUESTRO CUERPO
    •   Hacer el ejercicio de desconectarnos en momentos de reposo.
    •   No estar pendientes de las últimas novedades del Twitter, la foto del Instagram y los titulares del último minuto.
    •   Tener el tiempo de descanso necesario.
    •   Volver a retomar nuestro espacio de oración.
    •   Cuando sobreviene la ansiedad y las preocupaciones, la oración, la respiración, la actividad física y la conexión con la realidad presente, ayudan a bajar los niveles.

    Algunas preguntas de revisión personal:

    ¿Cuándo me detengo para sentir que soy parte de la creación?
    ¿Por qué me cuesta valorar que vivo?
    ¿Qué hago con el tiempo? ¿Qué hace el tiempo en mí?
    ¿Cómo asigno prioridades en el tiempo?
    ¿Qué calidad de tiempo tengo para los que amo?
    ¿Cuándo la tecnología es una herramienta de ayuda y conexión, y cuándo para trivializar mi vida privada?
    ¿Cuál es la diferencia entre estar, durar, existir, vivir, fluir o sobrevivir en el tiempo?

    ¿Puedo soportar la soledad y llenarla con mi mundo interior?

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