Siendo adolescente, comencé a valorar
cuán esencial era alimentar mi vida espiritual. Me daba cuenta que tener la disciplina
y la rutina de rezar no sólo afianzaba mi relación con Dios, sino que me
ayudaba a sentirme serena y tranquila para tomar las decisiones que necesitaba.
Mejor aún: sentía que las cosas que hacía, siempre que las ponía en oración,
daban mejores frutos. Probablemente, porque ponía toda mi intención, mi energía
y mi espíritu en esa acción (un examen, resolver un tema personal, un
inconveniente en la vía pública, dar un consejo a un amigo). Como si la oración
“limpiara” el desorden de “mi casa” y yo viera más claras las cosas.
Pero a medida que iba creciendo
en edad y en responsabilidades (la facultad, el trabajo, mayor cantidad de círculos
sociales, involucrad
a en mayor cantidad de actividades), empecé a notar que cada vez me costaba más concentrarme, que ya no “disfrutaba” de mi espacio de oración como antes, que todo el tiempo aparecían pensamientos y preocupaciones que no me dejaban conectarme. Sí, yo estaba intentando rezar, pero mi corazón y mi mente estaban realmente en otro lado, y no ahí.
a en mayor cantidad de actividades), empecé a notar que cada vez me costaba más concentrarme, que ya no “disfrutaba” de mi espacio de oración como antes, que todo el tiempo aparecían pensamientos y preocupaciones que no me dejaban conectarme. Sí, yo estaba intentando rezar, pero mi corazón y mi mente estaban realmente en otro lado, y no ahí.
En busca de las relaciones perdidas
Después, con la llegada masiva de
internet, ya el “poco” tiempo disponible con que contaba para alimentar la
espiritualidad, se me diluía inútilmente en horas navegando por la red (un
mundo infinito de información y nuevos “amigos” por Facebook…). Como plantea el
Papa Francisco, en “Laudato Si”, al mismo
tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos
los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet.
Esto permite seleccionar o eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y
así suele generarse un nuevo tipo de emociones artificiales, que tienen que
ver más con dispositivos y pantallas que con las personas y la naturaleza. Curiosamente,
el hecho de saltar de una página web a otra generaba en mi cabeza como un
desorden, y nunca terminaba de leer algo que ya me aburría y pensaba que me
estaba perdiendo algo más interesante en otra página.
Ni hablemos de la llegada del
celular. Con el celular, todos esperamos que todos estén 100% disponibles las
24 hs del día, los 365 días del año. ¡Y uay si la persona a la que llamo no
atiende la llamada a tiempo, o si no contesta el mensaje de WhatsApp en el
momento! Se nos dispara la histeria de pensar que a la persona le ocurrió una
catástrofe… o reclamamos pensando: ¿para qué tiene celular si no lo usa?
Para los que tenemos trabajos
altamente demandantes y competitivos, la situación terminó de profundizar la
crisis… En mi trabajo, yo tengo que estar disponible por Skype (se me abren 7
conversaciones en simultáneo con personas y problemáticas distintas demandando
soluciones), recibo 180 e-mails diarios (ya no logro distinguir qué es lo
importante de lo que no lo es), el celular, el WhatsApp, 25 reuniones por día,
y llego al final del día y pienso: ¿qué hice de productivo? ¿Logré resolver
algo? ¿O solo recibí demandas de atención que saltaban de un tema a otro? ¿Por
qué no puedo profundizar? ¿En qué momento logro focalizar mi tiempo para
resolver, al menos, un tema? Sobreviene una gran frustración producto del
sentido de responsabilidad. Y ahí es cuando me doy cuenta que ni aun trabajando
18 horas por día llegaría a resolver todo y dejar satisfechos a todos.
Lo mismo pasa con nuestras
relaciones personales. ¿Qué vale más? ¿Sentarme en el sillón y disparar 18
mensajes de WhatsApp a 18 personas distintas con el mismo mensaje: “Hola, ¿cómo
estás?”, como de compromiso? o ¿dedicar mi tiempo para visitar o llamar a uno y
preguntar realmente: “Hola, amigo, ¿cómo estás?”
¿Por qué puede estar pasando
esto?
Creo que hay 2 grandes factores
que profundizaron este fenómeno:
Las preocupaciones por el futuro
nos impiden, con frecuencia, disfrutar del presente. El peligro viene cuando se
planifica más de lo que se vive, y la fantasía se sobrepone a la realidad.
Nos resulta muy difícil a
nosotros, educados en una cultura del mañana, recobrar el sentido del presente.
Toda nuestra vida es: ¿a dónde vas?, ¿qué estás planeando?, ¿qué es lo que
esperas? ¿Qué querés conseguir?
Probablemente, nunca ha habido
una generación tan llena de planes y propósitos como la nuestra, un pueblo que
viviera tan enteramente para el futuro con un grado tan alto de ansiedad por el
mañana. Por eso mismo, no ha habido nunca una generación tan vacía de sentido
como la nuestra. La ansiedad es el “vacío entre el ahora y el entonces”, es decir,
la distancia entre el presente y el futuro
2. TECNOLOGÍA y RAPIDACIÓN
La velocidad con que los aparatos
electrónicos se fueron desarrollando año tras año generó en nosotros una
expectativa de que todo debía funcionar veloz y fugazmente: el engaño del siglo.
Todos queremos tener el aparato electrónico
que más rápido funcione. De repente, vemos gente desesperada en la calle,
levantando el celular haciendo una “parábola humana” porque justo en esa
esquina no hay buena señal… O gente que se golpea entre sí porque tienen la
mirada y las manos puestas en el teléfono. Cuántas cosas nos perdemos por “no
estar donde estamos”.
La rapidez de la tecnología nos
llevó a pretender que todo deba ser INMEDIATO. No sólo nos agarra una enorme ansiedad
si la página web tarda 5 segundos más de lo habitual en abrir, sino que –lo que
es más lamentable aún— es que nuestras relaciones personales y nuestra forma de
vincularnos entre nosotros también se “tecnologizó”. Pareciera que la misma
impaciencia que nos genera una red de wi-fi lenta, nos la genera una
conversación con una persona mayor, con sus tiempos, con sus formas, pero que
mucho tiene para decirnos y nos lo estamos perdiendo.
A esto se agregan las dinámicas de los medios
del mundo digital que, cuando se convierten en omnipresentes, no favorecen el
desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de
amar con generosidad. Los grandes sabios del pasado, en este contexto,
correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio del ruido dispersivo de la
información. Esto nos exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un
nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no en un deterioro de su riqueza
más profunda. La verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y
del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una mera
acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, en una especie de
contaminación mental.
El Papa Francisco, en el capítulo
I de “Laudato Si”, menciona a la RAPIDACIÓN como un proceso de continua
aceleración e intensificación de los ritmos de vida y de trabajo. El cambio es algo deseable pero se vuelve
preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida
de gran parte de la humanidad.
¿Cuáles son los síntomas?
Para ilustrar mejor, estas son algunas de las frases más
frecuentes que se escuchan:
“¡Qué rápido pasa el tiempo! Ya estamos
casi a fin de año”
“No tengo tiempo para nada”…
“Perdona que no te llamé, mami… es que ando
a las corridas”
“¡La misa cada vez parece más extensa!”
“Por
favor, te pido esto que es ¡URGENTE!”
“¿Me
escuchaste?” “No, repetime que estaba pensando en otra cosa”
Estas frases están mostrando síntomas de:
- Ansiedad y aceleración
- Stress mental
- Exceso de estímulos e información
- Pérdida de atención
- Pérdida de paciencia
- Mal sueño
- Mal carácter
- Pobreza espiritual
- Relaciones humanas más superficiales
- Frustración porque “abarcamos mucho pero apretamos poco” (poca profundidad)
- Nos sentimos en deuda con todo el mundo (no somos buenos esposos, ni buenos hijos ni amigos)
Propuesta:
INSTALAR LA CULTURA DEL PRESENTE:
§
DESACELERARNOS… Y LA TECNOLOGÍA
COMO HERRAMIENTA, NO COMO UNA EXTENSIÓN DE NUESTRO CUERPO
- Hacer el ejercicio de desconectarnos en momentos de reposo.
- No estar pendientes de las últimas novedades del Twitter, la foto del Instagram y los titulares del último minuto.
- Tener el tiempo de descanso necesario.
- Volver a retomar nuestro espacio de oración.
- Cuando sobreviene la ansiedad y las preocupaciones, la oración, la respiración, la actividad física y la conexión con la realidad presente, ayudan a bajar los niveles.
Algunas preguntas de revisión
personal:
¿Cuándo me detengo para sentir
que soy parte de la creación?
¿Por qué me cuesta valorar que
vivo?
¿Qué hago con el tiempo? ¿Qué
hace el tiempo en mí?
¿Cómo asigno prioridades en el
tiempo?
¿Qué calidad de tiempo tengo para
los que amo?
¿Cuándo la tecnología es una herramienta
de ayuda y conexión, y cuándo para trivializar mi vida privada?
¿Cuál es la diferencia entre
estar, durar, existir, vivir, fluir o sobrevivir en el tiempo?
¿Puedo soportar la soledad y
llenarla con mi mundo interior?
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