lunes, 19 de septiembre de 2016

Editorial: ESCÁNDALO Y LOCURA EN LA IGLESIA


 
  Todavía no nos hemos repuesto del estupor y la confusión provocados por el allanamiento al convento de las carmelitas de Nogoyá, acusadas de supuestas torturas, que provocó el correspondiente escándalo mediático. Y lo que nos alarma es que la reacción de los medios no parte tanto de una preocupación por la libertad de criterio y de conciencia de las monjas, es decir, por preguntarse si se mortificaban voluntariamente o eran obligadas (cosa que sí tendría que dar lugar a una profunda reflexión). No: lo que hace que la comunidad mediática se rasgue las vestiduras es que las monjitas realizaban “sacrificios físicos”, asunto calificado como “locura” propia de “tiempos medievales”. Y esto, sin indagar sobre el grado ni la finalidad del sacrificio. Porque en la vida religiosa, no olvidemos, la motivación de ciertas penitencias suele ser el deseo de identificarse con el dolor de Cristo, más allá de lo discutible de la forma.
   Pero nosotros, hombres y mujeres bien plantados en el siglo XXI ¿no mortificamos también nuestro cuerpo, y con intenciones mucho más idiotas? ¿Ac
aso no nos matamos en el gimnasio hasta la descompensación, o nos calcinamos bajo los rayos del sol de mediodía, en la playa o la terraza, exponiéndonos a un cáncer de piel, para que al final del verano, los compañeros de trabajo nos vean flacos y tostados? ¿No mueren chicas –y ya no es metáfora- por operaciones de cirugía estética, como implantes y liposucciones, innecesarias a su edad? Y la propagación de la anorexia nerviosa, una enfermedad milenaria pero normalmente muy rara, y que se ha incrementado de manera pavorosa en nuestra época ¿no obedece en parte a la imposición social de un determinado modelo de belleza?
   Sí: nosotros también hacemos “locuras”. Sólo que las nuestras sirven a causas mucho menos santas.
  Conversando con los integrantes de la Revista, coincidimos en que no nos atrae para nada copiar a esas carmelitas en el estilo ni la forma de sus mortificaciones. Pero que sí nos gustaría imitarlas en su amor a Cristo.
                                  

La Redacción
                                    
 



  

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