martes, 8 de agosto de 2017

Dios y los argentinos.

Por Francisco Andres Flores

Hace unos días, mientras malgastaba el agua en la ducha, pensaba lo siguiente:
cuando lleguemos al cielo habrá una cola especial para los argentinos.  No por distinción o preferencia, sino por dos razones, una práctica y otra espiritual.
La práctica: que no nos colemos.  La espiritual: que Dios querrá hablarnos especialmente.  En nuestra mente nos parecerá más que apropiado para nuestra condición de argentinos (siempre dijimos que Dios lo era...) pero en realidad, después de una vida entera pasándole facturas a Dios, Él nos querrá pasar las suyas.  
El mismísimo Eterno se pondrá en pers
ona detrás de un escritorio, nos sentará en un gran anfiteatro albiceleste y comenzará diciendo:


  • ¿Qué hicieron con el país que les di?  (silencio absoluto).
Repetirá su pregunta:
  • ¿Qué hicieron con el país que les di?  
Para la mayoría de nosotros la pregunta será una incógnita.  Como buenos argentinos, pensaremos por qué deberíamos hacernos cargo de algo que excede la puerta de nuestra casa.  Pero Dios continuará con paciencia:
  • Les di 4 estaciones eternas y todos los paisajes de la naturaleza, pero ustedes se mataron por vacacionar en resorts de lujo.  Les di recursos naturales inagotables para que los usen racionalmente y los custodien, pero ustedes hicieron lo más fácil y los vendieron barato a inescrupulosos capitales que los usaron, los arruinaron y los abandonaron.  Les di riqueza y tierras para todos, pero ustedes echaron a los dueños originales y se repartieron todo entre pocos: a eso lo llamaron civilización; y a la desigualdad organizada: progreso. Pensé que capaz no habían entendido bien, y traté de hablarles a través de buena gente de todas partes: nativos, criollos, europeos, ricos, pobres.... pero ustedes los ignoraron y prefirieron escuchar a los oráculos televisivos.  Las tapas de los diarios fueron para las actrices embotinadas de ese circo berreta que llaman fútbol; y los titulares rutilantes para las mediocres estrellitas de ocasión.   (En este punto a más de uno el discurso de Dios le parecerá excesivo: “¿qué tengo que ver yo con los climas, con la tele, por qué se mete con el fútbol?”  Por si faltara aclarar algo, Dios explica:) No me refiero a ese juego que ustedes corrompieron con el fanatismo y el derroche: me refiero a cómo ustedes, con una mirada materialisma y egoísta, transformaron todo lo que tocan en barro, incluso el oro.


Dios seguirá hablando, cada vez más calentito a medida que se acuerda de los detalles:
  • Yo pensé: capaz no escucharon a esa gente porque era gente con poca prensa. Entonces decidí mandar un argentino que fuera una autoridad única en el mundo, que cada cosa que diga tenga repercusión… ¡Les mandé un Papa! Pero ustedes no escucharon sus palabras: discutieron si sonreía o no, si recibía a tal o cual, si le regalaba un rosario a fulana o mandaba una carta a la otra… No leyeron ni un punto ni una coma de sus palabras; aunque con seguridad recuerdan cada detalle de los escándalos de la farándula de los últimos 5 años.  Les mandé también venerables, beatos, santos!! Pero ustedes le prendieron velas a ídolos musicales de plástico y dudosos héroes deportivos. Por cada cristiano que se equivocaba, despreciaron mil veces al resto.  Por cada ministro delincuente, despreciaron a toda la iglesia; y, así, fueron abandonando la fe.  En su lugar abrazaron a personajes oscuros e inescrupulosos, los líderes caretas de un imperio de barro con altares en 4k y sonido 5.1 por los cuales ustedes malgastan cotidianamente su tiempo y su dinero. Se volvieron egoístas y superficiales: transformaron la verdad en un meme, la solidaridad en un clic y un me gusta, el amor en un slogan, y midieron el criterio de lo bello por su valor económico.

En este punto hay que aclarar que no todos los argentinos están en este anfiteatro: aquellos que, más que disfrutar, padecieron la condición de ser argentinos (los pobres, los excluidos, los despojados, los que trabajaron a destajo toda su vida por una magra o nula jubilación, los muertos de Malvinas y de las guerras de la independencia, los que fueron llevados atados codo con codo a morir en las guerras civiles o en la del Paraguay y hoy blanquean con sus huesos el dilatado territorio nacional, los nativos asesinados o esclavizados, los desaparecidos…) ellos, seguramente, ya estén tomando unos mates con San Pedro.  Y los que por derecho propio hayan adquirido una parcela en el infierno, allí donde las habitaciones rebalsan de dirigentes corruptos, de violentos y de sádicos, ni siquiera tendrán la oportunidad de esta divina reprimenda.  Aquí sólo está la clase correcta y bienpensante, educada y pseudo-religiosa, que paga sus impuestos de manera más o menos puntual y tapiza sus paredes con LEDs inteligentes.  Dios los conoce bien: muchos fueron a colegios que se dicen católicos, a universidades que se dicen católicas, incluso muchos gastaron con sus ilustres nalgas los bancos de Misa y se llenaron la boca con convenientes y apropiadas frases bíblicas.  Algunos incluso se beneficiaron de muchas maneras por parecer católicos.  Dios seguirá hablándoles:
  • ¿Tal vez querían milagros? ¡Los tuvieron! Siempre cuestionados y relativizados.  No valoraron mi obra en el mundo: la ignoraron; y se dedicaron a defenestrar, con o sin razón, a todo lo que me represente.  En vez de actuar, eligieron criticar; en vez de cambiar lo malo, decidieron ignorar lo bueno; y todo como una forma muy argentina de desentenderse de los problemas y volverse indiferentes, una refinada justificación del egoísmo.  Finalmente, y como si todos los regalos que les dí fueran poco, les mandé a mi Madre... y no una vez, sino varias veces! Pero ustedes se fueron en procesión a Miami o Chile para comprar el último celular.
(Dios toma aire, respira hondo, y sigue)
  • Cambiaron mis palabras por lo políticamente correcto, por lo socialmente aceptado, por las ideas de políticos o gurús de turno, por lo más cómodo, lo más redituable, lo que queda bien, o por el discurso barato de cualquiera con fama y dinero.  ¿Qué tengo que hacer entonces con ustedes? No son malos; pero si se condenan, con todas las oportunidades que les dí, no es por malos: es por boludos! (estimado lector: ya sé que Dios no dice malas palabras, pero también sé que le habla a cada uno en su idioma; y tal vez esa palabra, que no me animo a repetir, sea la más apropiada para que los argentinos entendamos lo que el Altísimo tiene para decirnos).   

Dios nos mirará un largo rato, meneará la cabeza, volverá a mirarnos.  Todos sabemos que es infinitamente misericordioso y que respeta nuestra voluntad, incluso si se opone a la suya.  La última palabra la tiene nuestro corazón.  Tal vez la reprimenda llegue a tiempo.  Fin del baño.

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