martes, 20 de octubre de 2015

La rebelión de las metáforas

Son tiempos electorales, es decir, de propuestas pero también de banderitas de colores y a medida. La Acción Católica Argentina, por su parte, tuvo hace unos días su 28° Asamblea Federal en Bahía Blanca. Acá, una reflexión que intenta generar puentes entre estos dos universos, paralelos en apariencia.


Por Daniel Rojas Delgado

El segundo fin de semana de este mes estuve en Bahía Blanca. Fuimos unos 7000 locos de todas partes del país; incluso Chile, Uruguay y Paraguay enviaron delegaciones. Para mí, esta Asamblea Federal de la Acción Católica Argentina fue más que un encuentro para conocer otras realidades, renovar energías y configurar la nueva dirigencia na
cional: me encontré con la vitalidad y la decadencia (simbólica) de la Iglesia.

Cuando comenzaba a caer la tarde del sábado 10, los presidentes parroquiales de AC compartimos un momento especial en una de las salas del primer piso de la Universidad Nacional del Sur. Algunos eran tan verdes y jóvenes como yo (tengo 25 años); otros, un poco más maduros; y el resto sí, definitivamente, demasiado verdes… Si también vamos a hablar de política, hagámoslo, please, con humor.

Vivimos días límite: está en juego el resultado de las elecciones, o sea el rumbo económico del Estado nacional y sus equivalencias locales. Días de frases y proyectos radicales, moderados o edulcorados, tardes de cambios discursivos y noches de marketing y Photoshop en abundancia. Pero volvamos a la reunión de presidentes parroquiales en Bahía.

Cuando la evaluaba junto a otros, compartimos el sentimiento: tuvo sabor a poco. Lo disfruté, me enriquecí, escuché e indagué sobre lo que pasa en otras latitudes del paisaje argentino, los dirigentes nacionales nos alentaron a seguir trabajando… Sin embargo, faltó profundizar en lo esencial: cómo miércoles hacer para que los laicos seamos cada vez más el motor de una Iglesia misionera y popular —“Pasión por Jesús, pasión por nuestro pueblo” fue parte del lema de esta asamblea—. Para responder al desafío de echar raíces cristianas en la sociedad, y aprovechar las buenas semillas que andan por ahí y enriquecerse con las que uno necesita. Porque creo que el mundo “cotidiano” y la “religión” deben dialogar para construir el bien común, y no ser dos universos paralelos —como platea la física cuántica con su teoría de los multiversos o el ingenio versero de Jorge Luis Borges en su libro “Ficciones”.

Los desafíos latentes

Pienso en un sinfín de metáforas que el Papa en funciones ayudó a divulgar: empezando por la archirreconocida hagan lío —casi una marca registrada—, pasando por la invitación a ser una Iglesia en salida y dejar todo en la cancha hasta llegar a otro bergoglismo, el de misericordiar. Pienso en los gestos de acercamiento a las periferias existenciales que nos pide y la impotencia con que a veces nos presentamos ante la realidad, lo cual requiere redobladas dosis de humildad, esfuerzo y buen humor. Pienso que el llamado a la misión siempre estuvo latente, aunque quizás quedaba relegado tras los clásicos ropajes rituales, y que es fantástico revivir ese entusiasmo; pero que sea sin demasiada demora. Pienso también que esas metáforas se pueden rebelar contra los cristianos si no encontramos el modo de sostenerlas con gestos más humanos, sin convertirnos en máquinas religioso-burocráticas. Acciones sólidas en el mediano y largo plazo, sin importar los “problemas” que luego puedan surgir.

Para que estas metáforas del Papa no floten a la deriva como icerbergs benditos, propongo cargarlas de sentido y creatividad en las comunidades, sin descuidar la oración, ni el sacrificio, ni el estudio ni la misma acción: o sea, intensificarlos. ¡Hay tantos vacíos por llenar! Aunque estar más presentes en los espacios de la cultura no significa lavar cerebros para controlar los cuerpos ni tomar distintas posiciones dentro de la sociedad con el objetivo de dirigir la política, como pedía el político y pensador italiano Antonio Gramsci. No. Me refiero más bien a dialogar con convicción en otros ambientes, para mostrar al cristianismo como una alternativa de vida viable, valga la redundancia. No ser tan cabeza de termo y abrir nuestras comunidades al masashá, a esos prójimos de carne y hueso que tenemos tan próximos: hacer apto para todo público nuestro —nuestro, ja— mensaje.

¿Acaso tiene sentido hablar de política en la Acción Católica? N̶o̶ ̶d̶e̶b̶e̶r̶í̶a̶m̶o̶s̶ ̶v̶i̶v̶i̶r̶ No vivimos en una burbuja. Algunos candidatos hablan de cambiar, otros de profundizar y los de más allá de refundar… o de refundir la Argentina. ¿Seguro que se viene el cambio? ¿Cambio para quién? Unir a los… ¿cómo? ¿A lo “todos unidos triunfaremos”? ¿Más participación ciudadana? ¿Más cámaras de seguridad? ¿Más salud o más policías? ¿Crear más escuelas o más cárceles? ¿Existe un punto medio? ¿Es necesario? ¿Cambiamos de párrafo?

Tampoco se trata de una presencia artificial de los laicos, de toco, (saco la foto) y me voy. Como dice el Papa Francisco en la exhortación “Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio), “una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo” (punto 183) y, refiriéndose a la solidaridad, apunta: “un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces” (189). El punto 207 no lo voy a citar textualmente, pero es mucho más preciso y lapidario. Es decir, es necesaria una verdadera metamorfosis en el modo de ser Acción Católica, no por una cuestión de marketing —como considera al apostolado el sociólogo Pierre Bourdieu—, sino para ser más radicales y fieles al espíritu del Fundador.

Hacia una formación creativa y circular

Destaco la propuesta superadora del sacerdote italiano Amedeo Cencini, licenciado en Ciencias de la Educación y doctor en Psicología: caminar hacia una formación permanente, que tenga por lema la actitud de “aprender a aprender” y busque desautomatizar los hábitos religiosos; compara la vida con una carrera en bicicleta, en la que hay que saber usar ágilmente los cambios según el terreno. Recomienda que la oración y la acción formen parte de un proceso circular, en el que la espiritualidad se nutra y combine con es-pon-ta-nei-dad lo ordinario (el tiempo distendido) y lo extraordinario (el tiempo concentrado, ritual, de la fe). Buscar esa interacción con el mundo —al igual que en Twitter, gente—, sin temer supuestas contaminaciones.

Sospecho que avanzamos no hacia una Iglesia poderosa y triunfalista —como añoran algunos—, sino hacia una más creíble y creativa, que se caracterice más bien por la coherencia full time y el servicio desinteresado y apasionado en las periferias, con una mayor participación de los laicos en los asuntos eclesiales (recordemos que “iglesia” viene de ἐκκλησία [ekklesía], que según los muchachos de la antigua Grecia significa “asamblea del pueblo, de la comunidad”; un término con profundo sentido político: implica discutir, poner en común, resolver y avanzar sobre lo ya construido).


En este momento de la modernidad líquida, creo que no hay recetas claras, y tampoco creo que alguien las tenga. La clave está en saber mirar incluso lo que casi no se ve, para después obrar en consecuencia. Por todo lo anterior, repito las palabras que firmó el periodista y politólogo José Natanson en el editorial de este mes de Le Monde Diplomatique, refiriéndose al plano político nacional: es crucial la capacidad de un presidente “para crear realidad y no solo para leerla”.

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