Por Francisco Andres Flores
Reflexiones sobre el incendio en Notre Dame, dedicadas a los que celebraron las llamas o relativizaron su importancia.
Las teas romanas caían sobre el puerto, abrazando en sus llamas las trirremes egipcias y
los barcos imperiales. César había comprendido, mientras chapoteaba por su vida, que le
sería imposible mantener el control de la bahía y de la isla de Pharos: ya algunos cientos
de sus legionarios miraban el cielo desde el fondo del Mediterráneo y él, a duras penas,
salvaba su vida. Antes que sus enemigos usen el puerto y los barcos en su contra, mejor
destruirlo todo. Aquilas, sediento, contemplaba impotente la esterilidad de su ataque: el
puerto era un infierno, los muelles y los barcos se descascaraban bajo las llamas y el
fuego se contagiaba a los barrios contiguos, iluminando en destellos la noche trágica de
Alejandría. En la obra “César y Cleopatra”, de Bernard Shaw, un egipcio le avisa al César
que la Gran Biblioteca se está incendiando: “es la memoria de la humanidad...” le dice,
lamentándose. César responde: “es una memoria infame: que arda”. No sabemos si
Julio César dijo realmente esas palabras,
Reflexiones sobre el incendio en Notre Dame, dedicadas a los que celebraron las llamas o relativizaron su importancia.
